28.11.13

Alfonsina STORNI. El León.



Entre barrotes negros, la dorada melena

Paseas lentamente, y te tiendes, por fin,

Descansando los tristes ojos sobre la arena

Que brilla en los angostos senderos del jardín.



Miro tus grandes uñas, inútiles y corvas;

Se abren tus fauces, veo el inútil molar,

E inútiles como ellos van tus miradas torvas

A morir en el hombre que te viene a mirar.



El hombre que te mira tiene las manos finas,

Tiene los ojos fijos y claros como tú.

Se sonríe al mirarte. Tiene las manos finas

León, los ojos tiene como los tienes tú.



Un día, suavemente, con sus corteses modos

Hizo el hombre la jaula para encerrarte allí,

Y ahora te contempla, apoyado de codos,

Sobre el hierro prudente que lo aparta de ti.



No cede. Bien lo sabes. Diez veces en un día

Tu cuerpo contra el hierro carcelario se fue:

Diez veces contra el hierro fue inútil tu porfía.

Tus ojos, muy lejanos, hoy dicen: ¿para qué?



No obstante, cuando corta el silencio nocturno

El rugido salvaje de algún otro león,

Te crees en la selva, y el ojo, taciturno,

Se te vuelve en la sombra encendido carbón.



Entonces como otrora, se te afinan las uñas,

Y la garganta seca de una salvaje sed,

La piedra de tu celda vanamente rasguñas

Y tu zarpazo inútil retumba en la pared.



Los hijos que te nazcan, bestia caída y triste,

De la leona esclava que por hembra te dan,

Sufrirán en tu carne lo mismo que sufriste,

Pero garras y dientes más débiles tendrán.



¿Lo comprendes y ruges? ¿Cuándo escuálido un gato

Pasa junto a tu jaula huyendo de un mastín,

Y a las ramas se trepa, se te salta al olfato

Que así puede tu prole ser de mísera y ruin?



Alguna vez te he visto durmiendo tristeza,

La melena dorada sobre la piedra gris,

Abandonado el cuerpo con la enorme pereza

Que las siestas de fuego tienen en tu país.



Y sobre tu salvaje melena enmarañada,

Mi cuello, delicado, sintió la tentación

De abandonarse al tuyo, yo, como tú, cansada,

De otra jaula más vasta que la tuya, león.



Como tú contra aquélla mil veces he saltado,

Mil veces, impotente, volvime a acurrucar.

¡Cárcel de los sentidos que las cosas me han dado!

Ah, yo del universo no me puedo escapar.



Y entre los hombres vivo. De distinta manera

Somos esclavos; hazme en tu cuello un rincón.

¿Qué podrías echarme? ¿Un zarpazo de fiera?

Ellos, de una palabra, rompen el corazón.


León. Autor: Sebastian Marcos Fernandez

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