Entre
barrotes negros, la dorada melena
Paseas
lentamente, y te tiendes, por fin,
Descansando
los tristes ojos sobre la arena
Que
brilla en los angostos senderos del jardín.
Miro
tus grandes uñas, inútiles y corvas;
Se
abren tus fauces, veo el inútil molar,
E
inútiles como ellos van tus miradas torvas
A
morir en el hombre que te viene a mirar.
El
hombre que te mira tiene las manos finas,
Tiene
los ojos fijos y claros como tú.
Se
sonríe al mirarte. Tiene las manos finas
León,
los ojos tiene como los tienes tú.
Un
día, suavemente, con sus corteses modos
Hizo
el hombre la jaula para encerrarte allí,
Y
ahora te contempla, apoyado de codos,
Sobre
el hierro prudente que lo aparta de ti.
No
cede. Bien lo sabes. Diez veces en un día
Tu
cuerpo contra el hierro carcelario se fue:
Diez
veces contra el hierro fue inútil tu porfía.
Tus
ojos, muy lejanos, hoy dicen: ¿para qué?
No
obstante, cuando corta el silencio nocturno
El
rugido salvaje de algún otro león,
Te
crees en la selva, y el ojo, taciturno,
Se
te vuelve en la sombra encendido carbón.
Entonces
como otrora, se te afinan las uñas,
Y
la garganta seca de una salvaje sed,
La
piedra de tu celda vanamente rasguñas
Y
tu zarpazo inútil retumba en la pared.
Los
hijos que te nazcan, bestia caída y triste,
De
la leona esclava que por hembra te dan,
Sufrirán
en tu carne lo mismo que sufriste,
Pero
garras y dientes más débiles tendrán.
¿Lo
comprendes y ruges? ¿Cuándo escuálido un gato
Pasa
junto a tu jaula huyendo de un mastín,
Y
a las ramas se trepa, se te salta al olfato
Que
así puede tu prole ser de mísera y ruin?
Alguna
vez te he visto durmiendo tristeza,
La
melena dorada sobre la piedra gris,
Abandonado
el cuerpo con la enorme pereza
Que
las siestas de fuego tienen en tu país.
Y
sobre tu salvaje melena enmarañada,
Mi
cuello, delicado, sintió la tentación
De
abandonarse al tuyo, yo, como tú, cansada,
De
otra jaula más vasta que la tuya, león.
Como
tú contra aquélla mil veces he saltado,
Mil
veces, impotente, volvime a acurrucar.
¡Cárcel
de los sentidos que las cosas me han dado!
Ah,
yo del universo no me puedo escapar.
Y
entre los hombres vivo. De distinta manera
Somos
esclavos; hazme en tu cuello un rincón.
¿Qué
podrías echarme? ¿Un zarpazo de fiera?
Ellos,
de una palabra, rompen el corazón.
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León.
Autor: Sebastian Marcos Fernandez
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