31.3.15

Sueño de Cristales Rotos. G.A.

Un estremecedor ruido que provenía del piso de abajo me despertó en medio de la noche. Me senté en la cama. Traté de pensar que no era nada, pero no logré quitarme de la cabeza la idea de que tenía que bajar a ver de qué se trataba. Recuerdo que hacía frío. Mi cuerpo temblaba. Un rumor helado recorría mi habitación.
Mis pies descalzos se dirigieron lentamente por el pasillo. Llegué hasta la escalera, siempre tan bien lustrada. Extrañamente, no sentía temor alguno. Con determinación, comencé a bajar, escalón por escalón, segura de que algo me esperaba allí abajo.

Repentinamente sentí un dolor agudo. Un dolor profundo, insoportable.
-¿Qué me pasa? –pensé -¿Quién me ha lastimado? –me pregunté- ya con incontenibles lágrimas que comenzaban a rodar por mis mejillas heladas.
Bajé la vista hacia el lugar de dónde parecía provenir el dolor. Nada pude percibir. Nada. Pero me había quedado estática, en medio de la escalera, sollozando. Me dolían los pies, las piernas, los brazos… ¿Es que estaba soñando acaso? ¿Es que se trataba de otra de mis horribles pesadillas?
Pero no… Todo parecía tan real. El ruido estremecedor. El frío en el cuerpo. Mis pies descalzos. La escalera lustrada. Y el dolor… cada vez más profundo.

Confundida recorrí con la vista el camino recorrido y vi algo que brillaba en medio de la oscuridad. Eran unos cristales rotos. Cristales esparcidos a lo largo del pasillo y de los escalones. ¿Cómo no me había dado cuenta? ¡Allí estaba la respuesta al dolor que sentía! Pero… si esos cristales me habían lastimado… ¿cómo es que no podía ver mis heridas y sí sentir el dolor?

Con el rostro empapado en lágrimas, intenté cerrar los ojos, como si al hacerlo, todo aquel dolor pudiera desaparecer, como me sucedía a menudo en mis pesadillas. Así lo hice. Cerré los ojos. Apreté los párpados fuertemente. Pero no sentí alivio alguno. Mas bien sentí miedo, pues oí un rumor de voces que se acercaban a mí. Y a medida que lo hacían, me percaté de que se trataba de gritos. Gritos desesperados. Las voces me eran familiares. Y estaban cada vez más cerca de mí. Y el dolor era cada vez mayor.
Me sentía abrumada, como si estuviera al borde de un precipicio.

Decidí abrir los ojos con la esperanza de encontrarme de nuevo en mi cama. Con la esperanza de que una horrorosa fantasía se hubiese apoderado de mí.
Al abrirlos, luces lastimaron mis ojos. Todas estaban encendidas. Las caras de mis seres queridos estaban desencajadas a mi alrededor, observándome. Yo no estaba de pie, sino sentada en uno de los escalones y no alcanzaba a entender nada de lo que sucedía. Vi esa cara tan familiar y querida… y muy a lo lejos oí su voz…
-¿Por qué? –me decía llorando- ¿por qué lo hiciste?
La culpa se apoderó de mí… ¿qué era eso tan horrible que había hecho? Repasé nuevamente con la mirada la espantosa escena, intentando encontrar una respuesta.
Todos seguían allí, alrededor mío. Desesperados.
Al mismo tiempo, me di cuenta de que ese tremendo dolor inicial había empezado a desaparecer. Y un cansancio muy extraño comenzó a invadir todo mi cuerpo. Los ojos se me cerraban… No lograba responder ninguna pregunta. No oía. No podía hablar tampoco. -Tendré que dormir- pensé –Me siento muy débil- Quise incorporarme pero no pude.
Volví mis ojos hacia mi cuerpo cansado. Y allí fue cuando me envolvió una horrible sensación de indefensión. Es que un líquido rojo intenso teñía desprolijamente mis pies, mis piernas y mis brazos, ensuciando la lustrada escalera.

De pronto, tomé conciencia de que había un objeto en mi mano derecha. Era una pequeña tijera.
Ahora entendía los gritos, el llanto y la desesperación.
Es que con esa tijera, cruelmente, había lacerado partes de mi cuerpo. Intenté expresar que no quise hacerlo. Pero ya era tan tarde. Me sentía desfallecer.
¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste? – se escuchaba.
Borrosamente veía esos rostros que se iban desdibujando, pues no podía mantener abiertos los ojos.

Precisamente en ese momento me di cuenta de que el dolor había desaparecido… de que ya no sentía nada. Respiré hondamente una vez más, con el propósito de decir algo… pero fue en vano. Lo que siguió fue una oscuridad atroz y una sensación de caer al vacío en forma irremediable.

-El final ha llegado -me dije- mientras el abismo me absorbía y la negritud me invisibilizaba. Ya no había cuerpo ni voces. Y tampoco había luces ni estrellas. Comprendí con resignación que por fin mi largo viaje había comenzado.

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