Aislados,
separados del mundo, todo se nos vuelve inaccesible. La muerte más profunda, la
verdadera muerte, es la muerte causada por la soledad, cuando hasta la luz se
convierte en un principio de muerte. Momentos semejantes nos alejan de la vida,
del amor, de las sonrisas, de los amigos —e incluso de la muerte. Nos
preguntamos entonces si existe algo más que la nada del mundo y la nuestra
propia.
3.4.15
Emil CIORAN. ¡Qué lejos estoy de todo!
Ignoro
totalmente por qué hay que hacer algo en esta vida, por qué debemos tener
amigos y aspiraciones, esperanzas y sueños. ¿No sería mil veces preferible
retirarse del mundo, lejos de todo lo que engendra su tumulto y sus
complicaciones? Renunciaríamos así a la cultura y a las ambiciones, perderíamos
todo sin obtener nada a cambio; pero ¿qué se puede obtener en este mundo? Para
algunos, ninguna ganancia es importante, pues son irremediablemente
desgraciados ye están irremisiblemente solos. ¡Nos hallamos todos tan cerrados
los unos respecto a los otros! Incluso abiertos hasta el punto de recibirlo
todo de los demás o de leer en las profundidades del alma, ¿en qué medida seríamos
capaces de dilucidar nuestro destino? Solos en la vida, nos preguntamos si la
soledad de la agonía no es el símbolo mismo de la existencia humana. Querer
vivir y morir en sociedad es una debilidad lamentable: ¿acaso existe consuelo posible
en la última hora? Es preferible morir solo y abandonado, sin afectación ni
gestos inútiles. Quienes en plena agonía se dominan y se imponen actitudes
destinadas a causar impresión me repugnan. Las lágrimas sólo son ardientes en
la soledad. Todos aquellos que desean rodearse de amigos en la hora de la
muerte lo hacen por temor e incapacidad de afrontar su instante supremo.
Intentan, en el momento esencial, olvidar su propia muerte. ¿Por qué no se
arman de heroísmo y echan el cerrojo a su puerta para soportar esas temibles
sensaciones con una lucidez y un espanto ilimitados?
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